12 de diciembre de 2007

El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerarld

Ya mucho se ha dicho y se ha interpretado sobre El gran Gatsby, para muchos una de las grandes obras literarias que ha producido Norteamérica. Sin duda es un buen libro pero siento que he leído esta historia (ubicada en diferentes épocas, y lugares, que proporcionan –a su vez- diferentes situaciones) en numerosas ocasiones; especialmente en Jane Austen que un siglo antes que Fitzgerald escribió novelas sobre el amor y la separación. No pretendo comparar a estos dos autores (sería imposible), pero al leer “El gran Gatsby” no pude evitar recordar “Orgullo y Prejuicio” o “Lady Susan”.

Cómo dice Vargas Llosa en inmejorables palabras: "(El gran Gatsby) aunque no sea lo bastante compacto y misterioso para ser genial, es un bello libro, que ha conservado intacta su frescura, y al que el tiempo corrido desde su aparición, en 1925, ha conferido el valor de símbolo de lo que fue la irregularidad e impremeditacion de la vida en una época de alegre irresponsabilidad y decadente encanto. "

Más allá de lo que se pueda interpretar de este libro (la acusada diferencia de clases sociales y económicas, la banalidad y el sentido efímero de la aristocracia adinerada, el fracaso del sueño americano y la decadencia de una cultura artificial y pasajera) lo que ahora me interesa es la forma, que pienso (en este libro) es muy poderosa y concreta. Como dice Susan Sontang: “La efusión de interpretaciones del arte envenena hoy nuestras sensibilidades, tanto como los gases de los automóviles y de la industria pesada enrarecen la atmósfera urbana. En una cultura cuyo ya clásico dilema es la hipertrofia del intelecto a expensas de la energía y la capacidad sensorial, la interpretación es la venganza que se toma el intelecto sobre el arte.
Y aún más. Es la venganza que se toma el intelecto sobre el mundo. Interpretar es empobrecer, reducir el mundo, para instaurar un mundo sombrío de significados. Es convertir el mundo en este mundo (¡"este mundo"! ¡Como si hubiera otro!).”

Así, como Sontang apuntó, creo que esa suma tan extensa de interpretaciones ha empobrecido paulatinamente la obra que hoy me ocupa. Probablemente a las numerosas interpretaciones se unan las grandes expectativas sobre uno de los clásicos universales de los que siempre esperas algo más...

No pudeo dejar de reconocer que después de leer a escritores americanos como William Carlos Williams o Raymond Carver (de pluma sencilla, poética y más que nada sensible) no pude evitar sentirme un poco defraudada de la escritura de Fitzgerald, sin tanta prosa poética y sin tanta profundidad en frases cortas.

Es un buen libro (probablemente no un gran libro como el personaje del que habla), pero a mi juicio, decir que es la gran obra norteamericana es restarle importancia a las hermosísimas narraciones de Carver o a las palabras, a primera vista intrascendentes, de Williams.

Quizás la mejor frase del libro sea la última: "Y así seguimos remando, barcas contra la corriente, empujados sin cesar en el pasado."

9 de diciembre de 2007

Sueño profundo, de Banana Yoshimoto

Prosa poética que universaliza la irracionalidad de las experiencias sensibles humanas. La soledad y la complejidad de las relaciones humanas se deslizan natural y deliciosamente en este pequeño libro. En ocasiones un espejo y en otras una ventana amplia y casi hiperrealista de fragmentos intensos, de la vida de tres mujeres jóvenes que se debaten en la tensión humana invisible del sin sentido y de lo profundo. Sensaciones, más que descripciones, parecen emerger de las letras negras impresas en este libro, pero que en realidad fueron construidas y pensadas pacientemente por la sensible Yoshimoto; que siento que me conoce y que me lee como yo la leí a ella.

“Sin embargo… ¿no estaré erosionando mi vida? Últimamente, esto es lo que me viene a la cabeza en el momento de despertar. Me da un poco de miedo. No se trata sólo de que, al final, he acabado por dormir sin oír sus llamadas, sino que mi sueño es tan profundo que, en el instante de abrir los ojos, me parece haber vuelto de la muerte a la vida, tan profundo que a veces pienso que, si me contemplara desde fuera de mí misma durmiendo, quizá no vería más que un blanquísimo esqueleto. También me fascina a veces la idea de no despertar jamás, de ir pudriéndome y desaparecer en la eternidad”. Banana Yoshimoto

8 de diciembre de 2007

Autobiografía, de Robert Creeley

“Un énfasis magro al final, pero el mundo difícilmente ha sido un lugar bonito en donde vivir.”

Un fluir caótico pero coherente de recuerdos y viejas huellas en su memoria despilfarradora de anécdotas de una infancia vulnerable y una juventud asfixiante e intoxicante. Creeley, a través de pasajes ilustres en su propia colmena de recuerdos, encierra una lección fundamental y que hace que el haber leído este libro cobre sentido: “O creemos en un mundo o no tenemos ninguno”. Maravilloso.

“Me encantaría pensar que vivir llegó a ser un progreso, el hecho de haberse ganado algo.”