25 de mayo de 2008

"Los conjurados", de Jorge Luis Borges


Sherlock Holmes no salió de una madre ni supo de mayores. Idéntico es el caso de Adán y de Quijano. Está hecho de azar. Inmediato o cercano lo rigen los vaivenes de variables lectores. No es un error pensar que nace en el momento en que lo ve aquel otro que narrará su historia y que muere en cada eclipse de la memoria de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento. Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido. Ese hombre tan viril ha renunciado al arte de amar. En Baker Street vive solo y aparte. Le es ajeno también ese otro arte, el olvido. Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano. El hombre solitario prosigue, lupa en mano, su rara suerte discontinua de cosa trunca. No tiene relaciones, pero no lo abandona la devoción del otro, que fue su evangelista y que de sus milagros ha dejado la lista. Vive de un modo cómodo: en tercera persona. No baja más al baño. Tampoco visitaba ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca que no sabe casi nada de esa comarca de la espada y del mar, del arco y de la aljaba. (Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera diremos de aquel justo que da nombre a los versos que su inconstante sombra recorre los diversos dominios en que ha sido parcelada la esfera.) Atiza en el hogar las encendidas ramas o da muerte en los páramos a un perro del infierno. Ese alto caballero no sabe que es eterno. Resuelve naderías y repite epigramas. Nos llega desde un Londres de gas y de neblina un Londres que se sabe capital de un imperio que le interesa poco, de un Londres de misterio tranquilo, que no quiere sentir que ya declina. No nos maravillemos. Después de la agonía, el hado o el azar (que son la misma cosa) depara a cada cual esa suerte curiosa de ser ecos o formas que mueren cada día. Que mueren hasta un día final en que el olvido, que es la meta común, nos olvide del todo. Antes que nos alcance juguemos con el lodo de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido. Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte y la siesta son otras. También es nuestra suerte convalecer en un jardín o mirar la luna.


Texto completo: http://conjurados.blog.com/

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