16 de febrero de 2008

No Country for Old Men, de los hermanos Coen


La profundidad de los personajes, los diálogos irónicos que juegan con la trama, dirigiéndola; los paisajes desérticos y de ciudades envueltas en una confianza inocente, la crueldad humana que se filtra y se deja ver en la frontera México-EUA, lo absurdo de la acción irreflexiva y el reino obsesivo de un nuevo dios: el Dinero.

Todo esto se une a extraordinarias actuaciones, a la genial dirección de los Hermanos Coen, a un gran guión y a una fotografía inmejorable; dando como resultado “No Contry for Old Men”; el retrato de un momento en que las costumbres se fracturan y ceden su lugar a una época confusa cuyos valores se transforman y desaparecen.



En ese contexto, el viejo sheriff (Tommy Lee Jones), se encuentra ante circunstancias que no puede entender ni cambiar. No tiene injerencia en el advenir. Lo que haga será en vano, las tradiciones sucumben y se alzan individuos atados a su propia indeterminación y a su libertad; al punto de no poder con ella. “Cara o cruz” dice Antón Chigurh; para justificar con el azar el matar por matar. Antes ya se ha dicho que Dios juega a los dados con el mundo.

Así, en la película se retrata esa dialéctica lúdica del actuar: la persecución, el cazador que se convierte en presa, la nula injerencia del individuo en el acontecer humano, la pulsión compulsiva de destrucción… Esto en la complejidad del juego, del juego de la determinación social disfrazada de libertad, con valores construidos a conveniencia y establecidos para conservar un status quo.

La frontera deja de ser una presencia física para tornarse en una analogía de la confrontación entre las diferencias, entre el cambio radical; y sin embargo debajo de todo yace la inconfundible incertidumbre humana, su indeterminación que lo condena a inventarse a sí mismo y a ser capaz de matar y de amar. La fractura es aparente, pero el hombre es lo que no es, desde siempre.

Los anteriores elementos se entremezclan con los diálogos límpidos del Sheriff Bell, una especie de filósofo de la vida, que se topa con el destino fatal de un futuro que ha llegado para quedarse, y que no puede entender.

Al final, todo puede acabar en el mismo juego ( entre vida y muerte, entre lo viejo y lo nuevo, etc.) del azar, en una calle tranquila con la confianza infinita de sentirse a salvo y las botas salpicadas de sangre.
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La película está basada en el aclamado libro de Cormac McCarthy, del mismo nombre.
Estas son las primeras líneas del capítulo I:

I
Mandé a un chico a la cámara de gas en Huntsville. A uno nada más. Yo lo arresté y yo testifiqué. Fui a visitarlo dos o tres veces. Tres veces. La última fue el día de su ejecución. No tenía por qué ir, pero fui. Naturalmente, no quería ir. Había matado a una chica de catorce años y os puedo asegurar que yo no sentía grandes deseos de ir a verle y mucho menos de presenciar la ejecución, pero lo hice. La prensa decía que fue un crimen pasional y él me aseguró que no hubo ninguna pasión. Salía con aquella chica aunque era casi una niña. Él tenía diecinueve años. Y me explicó que hacía mucho tiempo que tenía pensado matar a alguien. Dijo que si le ponían en libertad lo volvería a hacer. Dijo que sabía que iría al infierno. De sus propios labios lo oí. No sé qué pensar de eso. La verdad es que no. Creía que nunca conocería a una persona así y eso me hizo pensar si el chico no sería una nueva clase de ser humano. Vi cómo lo ataban a la silla y cerraban la puerta. Puede que estuviera un poco nervioso pero nada más. Estoy convencido de que sabía que al cabo de quince minutos estaría en el infierno. No me cabe duda. Y he pensado mucho en ello. Era de trato fácil. Me llamaba "sheriff". Pero yo no sabía qué decirle. ¿Qué le dices a un hombre que reconoce no tener alma? ¿Qué sentido tiene decirle nada? Pensé mucho en ello. Pero él no era nada comparado con lo que estaba por venir.

Dicen que los ojos son el espejo del alma. No sé qué podían reflejar sus ojos y creo que prefiero no saberlo. Pero hay otra manera de ver el mundo y otros ojos con los que verlo, y a eso es a lo que voy. Esto me ha puesto en una situación a la que nunca pensé que llegaría. En alguna parte hay un verdadero profeta viviente de la destrucción y no quiero enfrentarme a él. Sé que es real. He visto su obra. Una vez tuve esos ojos delante de mí. No pienso arriesgarme a plantarle cara. No es solo que me haya hecho viejo. Ojalá fuera eso. Tampoco puedo decir que se trate de lo que uno está dispuesto a hacer. Porque yo siempre supe que para hacer este trabajo tenías que estar dispuesto a morir. Así ha sido siempre. Tienes que estarlo aunque no sea motivo de ostentación. Si no, ellos lo saben. Lo notan enseguida. Creo que se trata más bien de lo que uno está dispuesto a ser. Y pienso que un hombre pondría en peligro su alma. Y eso no lo voy a hacer. Ahora creo que quizá no lo habría hecho nunca.


El ayudante dejó a Chigurh de pie en un rincón de la oficina con las manos esposadas a la espalda mientras él se sentaba en la butaca giratoria y se quitaba el sombrero y ponía los pies en alto y llamaba a Lamar por el móvil. Acabo de entrar, sheriff. Llevaba encima una especie de cosa como las bombonas esas de oxígeno para el enfisema o como se llame. Llevaba también una manguera por dentro de la manga conectada a una de esas pistolas de aire comprimido que usan en los mataderos. Sí, señor. Eso es lo que parece. Podrá usted verlo cuando venga. Sí, señor. Lo tengo vigilado. Sí, señor.

Cuando se levantó de la butaca se sacó las llaves del cinturón y abrió el cajón del escritorio para coger las llaves de la celda. Estaba ligeramente encorvado cuando Chigurh se puso en cuclillas y pasó las manos esposadas por detrás hasta la parte posterior de sus rodillas. En el mismo movimiento se sentó y se meció hacia atrás y pasó la cadena bajo sus pies y luego se incorporó rápidamente y sin el menor esfuerzo. Si parecía algo que hubiera practicado muchas veces, lo era. Pasó las manos esposadas por encima de la cabeza del ayudante y dio un salto y descargó ambas rodillas sobre la nuca del ayudante y tiró de la cadena.

Cayeron al suelo. El ayudante trataba de meter las manos por dentro de la cadena pero no podía. Chigurh se quedó tumbado tirando de las esposas con las rodillas entre los brazos y la cara apartada. El ayudante se debatía como un loco y había empezado a desplazarse en círculo por el suelo, volcando la papelera, mandando la silla de una patada al otro lado de la habitación. Cerró la puerta de un puntapié y se enredó con la pequeña alfombra al girar. Sangraba por la boca y borboteaba. Se estaba ahogando con su propia sangre. Chigurh solo tiró con más fuerza. Las esposas niqueladas se le hincaban en la piel. La arteria carótida del ayudante reventó y un chorro de sangre salió disparado chocando contra la pared y resbalando por ella. Las piernas del ayudante se aflojaron hasta quedar quietas. Se convulsionó en el suelo. Luego dejó de moverse por completo. Chigurh siguió sujetándolo, su respiración acompasada. Cuando se levantó cogió las llaves que el ayudante llevaba en el cinto y se liberó y se metió el revólver del ayudante por la cintura del pantalón y entró en el cuarto de baño.

Se pasó agua fría por las muñecas hasta que dejaron de sangrar y arrancó con los dientes varias tiras de una toalla de manos y se vendó las muñecas y volvió al despacho. Se sentó encima de la mesa y se apretó los vendajes con cinta adhesiva, mirando detenidamente al hombre que yacía muerto en el suelo con los ojos abiertos. Cuando hubo terminado sacó la cartera que el ayudante llevaba en el bolsillo y cogió el dinero y se lo guardó en el bolsillo de la camisa y tiró la cartera al suelo. Luego agarró el depósito de aire y la pistola de aire comprimido y salió por la puerta y montó en el coche del ayudante y reculó para dar la vuelta y salió disparado.

El ayudante dejó a Chigurh de pie en un rincón de la oficina con las manos esposadas a la espalda mientras él se sentaba en la butaca giratoria y se quitaba el sombrero y ponía los pies en alto y llamaba a Lamar por el móvil. Acabo de entrar, sheriff. Llevaba encima una especie de cosa como las bombonas esas de oxígeno para el enfisema o como se llame. Llevaba también una manguera por dentro de la manga conectada a una de esas pistolas de aire comprimido que usan en los mataderos. Sí, señor. Eso es lo que parece. Podrá usted verlo cuando venga. Sí, señor. Lo tengo vigilado. Sí, señor.

Cuando se levantó de la butaca se sacó las llaves del cinturón y abrió el cajón del escritorio para coger las llaves de la celda. Estaba ligeramente encorvado cuando Chigurh se puso en cuclillas y pasó las manos esposadas por detrás hasta la parte posterior de sus rodillas. En el mismo movimiento se sentó y se meció hacia atrás y pasó la cadena bajo sus pies y luego se incorporó rápidamente y sin el menor esfuerzo. Si parecía algo que hubiera practicado muchas veces, lo era. Pasó las manos esposadas por encima de la cabeza del ayudante y dio un salto y descargó ambas rodillas sobre la nuca del ayudante y tiró de la cadena.

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