El día está como parado por el bloque de calor que me aplasta en la cama, húmeda aún del agua ahora tibia del baño que tomé hace diez minutos y que moja la almohada y la espalda de la camisa morada, esa que conoces. Nada se mueve. Las hojas del árbol del patio que alcanzo a ver desde la horizontalidad de las sábanas están a la espera, pensaría yo, quizás, de un golpe de viento que las zarandé por los hombros.
Pronto tendré que pararme y vestirme para ir a comer.
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