24 de mayo de 2009

Raval. Del amor a los niños, de Arcadi Espada

Uno termina de leer a Arcadi Espada (Barcelona, 1957) y queda con la sensación de haber asistido a una clase de periodismo. Haber presenciado un ágil devaneo de ideas agudas y apuntes experimentados de un periodista crítico.
Raval. Del amor a los niños es un reportaje sobrio. Narrado con fluidez despilfarradora de un escritor que no da respiro al lector.
Su estilo es refrescante y lúdico. No es fácil. Requiere del lector reflexión y concentración. Probablemente deberá releer ciertas páginas, escritas con el estilo apurado de un detective con labor cartográfica. “Éste libro es inhumano. Sólo hay rayas y nombres. ¿Periodismo? ¿Literatura? ¡Cartografía!” (Espada, 91). Desentrañar una red de mentiras no es cosa fácil.

Su narración es rica en descripciones e imágenes como aquella en que describe el sudor en el saco del abogado o el fétido olor de las mantas manchadas de semen y vómito de uno de los encarcelados. Es famosa la frase de Espada en que se opone a la redacción periodística usual que esconde al periodista-individuo que escribe. “Se trata de fabricar la ilusión de que alguien o algo ajeno al yo del sujeto, y en consecuencia, a sus intereses y opiniones, narra los hechos. Es desde este punto de vista que se proscribe, en la estilística periodística, el uso de la primera persona del singular (excepto cuando esta persona ha alcanzado un estatus divino y entonces ya puede equipararse al Dios objetivo, mayestático y sin alma, que es el narrador habitual del periodismo)". Y añade: "Así es como cada yo queda en su casa y Dios en la de todos”. En Raval, Dios se queda en su casa.

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