Es un cliché de miedo, pero esta película retrata la condición del hombre, en su no lugar (su falta de naturaleza determinada, su falta de definición factual y contundente); en su devenir entre eternidad y mortalidad (entre vida y muerte), entre animalidad y racionalidad, entre pragmatismo y espiritualidad.
Sin duda, esta película es una representación cruda del ser humano, que se aferra a sus mitos y rituales para concebir a la muerte como un proceso natural que los desprende de la animalidad con la que viven en la vida cotidiana.
Alejándose de visiones que pintaban a un Japón colorido y tradicionalista con samuráis y geishas, La balada de Narayama apela a un exceso de realismo en donde se muestran a personajes viviendo en los límites del “barbarismo” pero sin perder la espiritualidad ligada a la muerte.
Pero más allá de ser un tratado antropológico de la cosmovisión escatológica de una cultura en particular, es un recordatorio de la tensión constante que desgarra al hombre en su interior (como dice Descartes, el hombre es un ser “entre Dios y la nada”) y que constituye el complejo entramado de ser humano; en donde los instintos de supervivencia conforman el motor intrínseco de la especie humana; sin olvidar su parte mitológica (que, en la película plantean, está altamente alimentada de los elementos pragmáticos de la realidad).
La temática de la película plantea un aspecto interesante, que implica el desarrollo de culturas que dependen enteramente de las condiciónes externas para la superviviencia. El problema de reducir al hombre en términos pragmáticos y de supervivencia, es que el ser humano improductivo o “inútil” se torna en elemento desechable, que como proceso natural ceden su lugar a nuevas generaciones.
La consideración del homo faber, plantea que el hombre es su trabajo; simplificando ese lugar del humano. Este concepto que pretende mostrar la naturaleza del hombre, puede derivar en la marginación del anciano, que ya no puede producir; y por lo tanto, pierde su razón de ser, pierde SU ser.
El hombre, no como homo sapiens, no como homo faber, homo economicus u homo demens; sino como un peregrino entre su pueblo y la montaña, que ha perdido su lugar.
Dirigida por Imamura Shohei en 1983; se deslinda de la imagen mediática tradicional del venerado Japón, optando por un construir (nunca retratar) una cultura primigenia que “ignora” los designios de la “civilización”.
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